El Isawa asintió, como si se diera por satistecho con aquella respuesta.

- Bastará, supongo. Espero que los métodos más tradicionales de observación sean suficientes para recabar información.

Mientras el Isawa pensaba en voz alta acerca de lo que un shugenja como él podría necesitar, el Toritaka esperó hasta que su ayudante hubo llegado, cogió una pequeña bolsa que la niña llevaba colgada a la espalda y la abrió para coger lo que parecía un frasco de color negro y un pequeño pincel. En un instante desplegó al aire un pequeño rollo de pergamino y se arrodilló para escribir algo en él, luego lo envolvió en la piedra que había recogido y le colocó un pequeño lazo.

-Hai. Guardad esto con vos mientras permanezcáis al otro lado. Dijo mientras le entregaba la peculiar salvaguarda.

Koushi trató de ver qué escribía en el pergamino y después aceptó la piedra envuelta en él sin preguntar, limitándose a guardarlo dentro de su quimono.

- ¿Vos o Gudirora no necesitáis?

Fue una pregunta nacida de la pura curiosidad, no de la desconfianza y eso se notaba en que lo decía tras haber aceptado la suya sin recelo.

¿Por qué su subconsciente se empeñaba en dejarle migajas a alguien con una inteligencia superior como la de un tensai? Confiaba en que Koushi tuviese demasiadas preocupaciones como para tirar del hilo de la madeja, ¿qué pasaría si lo hiciera?

-Ni Gudidurora ni yo mismo necesitamos salvaguarda para poder regresar. Contestó, educadamente. No tenía intención de mentir si no era estrictamente necesario. Y mucho menos antes de un viaje planar.

Koushi miró a Hatsuharu y a Gudidurora por un instante y asintió aceptando la respuesta como suficiente.

- Aham. Algo que no cuadraba exactamente con lo que tenía en mente pero válido aún así. Creía que era lo que le ataba al mundo lo que le permitiría regresar, pero también necesitaba de la piedra; así pues, el Halcón y su extraña ayudante tenían otro tipo de lazos con el Nigen-do que les permitía obviar la salvaguarda. Entonces, ¿estamos preparados o requeriremos de algún tipo de Ritual?

Para el Isawa el que pudieran estar cerca de un Plano, más aún, entrar en un Plano, sin ritual alguno resultaría realmente sorprendente. En su Escuela ponían mucho énfasis en los Rituales y sabían el poder que otorgaban los mismos siendo verdaderos maestros a la hora de ejecutarlos.

Como había previsto Kuni Yori, la sabiduría del tensai sería una prueba de fuego para su coartada dentro del Kyuden. Con cualquier otro samurai podría adornar alguna de las antiguas historias sobre Portales y simular un falso ritual que le complaciera y tranquilizara, pero un shugenja Fénix era otra cosa, no sería tan necio como para tratar de engañarle en cuanto a asuntos mágicos, sería mejor decir la verdad: a medias.

-Habitualmente lo necesitaríamos, pero esta vez no será necesario. No con ella. El Halcón colocó sus largas y finas manos sobre la espalda de la pequeña niña de enormes ojos rojos. -Adelante, Gudidurora. Es el momento.

Koushi se quedó por un momento pensativo; por lo que decía Hatsuharu interpretaba que la niña tenía cierta capacidad para servir de puente entre el Nigen-do y el Meido, quizás también con el Gaki-do pero al menos el Reino de la Espera sí. Eso, unido a lo extraña que le resultaba y a que podía leer las auras había picado con creces la curiosidad del Fénix. ¿Una medium tal vez?¿Alguien con sangre Kitsu?
Ya trataría de averiguarlo más adelante pues por el momento debía concentrarse en lo que estaba a punto de suceder.
Justo antes de emprender el camino, Koushi abrió su capa y dejó salir a Teisai; el pajarillo sabría qué hacer.

Aunque dudaba que hiciera falta, su carácter afable llevó al Halcón a sonreír con gesto seguro, buscando que el Isawa se sintiera más tranquilo ante lo que iba a acontecer.

-Caminad como si tal cosa siguiendo a Gudidurora, Koushi-sama. Dijo, omitiendo su apellido. Al fin y al cabo su colaboración estaba a punto de llegar más allá del mundo de los vivos.

Llegáis por fin a la arboleda, en el momento de mayor oscuridad de la noche, antes del amanecer. Por suerte Gudirurora porta en una de sus manos un farolillo, mientras con la otra señala en una dirección, inamovible, de guía hacia el interior. Los árboles muestran las formas caprichosas y retorcidas más fruto de vuestra imaginación que de la propia realidad, aunque por alguna razón sospecháis que incluso en un luminoso día estival aquel microcosmos será frío a la par que oscuro. Camináis durante un rato siguiendo a la niña, hasta que una luz mortecina, grisácea, va aclarando vuestro entorno. Gudirurora frena en seco y baja la mano.