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El precio justo. [Día 39; Segunda Hora de Shinjo; 21:00]

Temas cerrados pertenecientes a la semana 6 de la Corte de Invierno

Notapor Isawa Koushi » Vie Abr 18, 2008 7:03 pm

Koushi se frotó los ojos y se miró los dedos para saber cuánto tiempo podía llevar en el agua.
Había vuelto a pasarle; cuando se frustraba actuaba sin pensar y buscaba el desahogo pero, ¿el suyo o algo más que el suyo?

Debía ahondar en aquello pero, por el momento, tenía que reponerse y tratar de buscar a Yaeko para poder sacar algo de provecho de la situación.
El primer paso para dominar el viento es saber que nunca puedes ser su amo.

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Notapor Soshi Mishi » Lun Abr 21, 2008 10:02 pm

Al salir de los baños aquella zona del palacio del gobernador permanecía tranquila, silenciosa, si bien era un letargo vigilado, como una fiera antes de saltar sobre su presa. Una zona con porche, al aire libre, te despojó de vestigios de calor, pero cuando entraste en la zona principal las mejillas se te encendieron por efecto de los enormes braseros de bronce encendidos por doquier. En la sala del trono, Isawa Yamaguchi contemplaba las hipnóticas evoluciones de dos acróbatas. Te hizo un gesto para que te sentaras junto a él y le acompañaras en su diversión...
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Notapor Isawa Koushi » Lun Abr 21, 2008 10:09 pm

Discretamente Koushi ocupó el lugar que Yamaguchi le indicaba sintiéndose honrado al hacerlo. Se dispuso a disfrutar de arte genuino sin preocuparse de otras cosas, al menos por unos minutos.
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Notapor Soshi Mishi » Mié Abr 23, 2008 11:21 pm

Las acróbatas terminaron el número de una manera poco ortodoxa, lo que llevaba a pensar que podían haber recibido enseñanzas de más allá de las Arenas Ardientes. La luz volvió a iluminar la estancia, cuyas puertas se abrieron y más invitados entraron, aunque no parecían ser gente importante, al menos que se alojaran en el palacio. Bueno, uno parecía ser el embajador Mantis...

-Decidme, Isawa Koushi-san. ¿A qué debo el placer de vuestra visita? ¿Sabíais de esta feliz coincidencia? Celebro... algo.
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Notapor Isawa Koushi » Jue Abr 24, 2008 12:53 pm

Koushi asisitó maravillado al espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos dejándose sorprender por el final.
Cuando Yamaguchi se dirigió a él, la sorpresa continuó pues no esperaba que fuera una celebración sino uno de los divertimentos de los que, según se decía, el Gobernador era asiduo.

- Nada sabía de vuestra celebración y ahora lo lamento; mis últimos días en la Corte no han sido todo lo sociales que me hubieran gustado así que no estoy al tanto. Estaba en la ciudad y pensé que podía visitaros y compartir con vos algunos momentos si no os importunaba. Una cosa es que no haya podido sociabilizar en la Corte y otra que desatienda a los samuráis que considero más importantes.
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Notapor Soshi Mishi » Jue Abr 24, 2008 5:38 pm

-Oh, es que soy una persona tan afortunada que siempre tengo algo que celebrar, algo por lo que brindar. Brindemos con sake, y gocemos de lo que viene a continuación. Un espectáculo de gran sensualidad, de dejar que los sentidos imperen. He traído un incienso especial que provocará un mayor goce.

Yamaguchi hizo un gesto con la mano, y las lámparas de toda la estancia se atenuaron hasta casi la inexistencia, excepto las que iluminaban el escenario en el que sería la siguiente actuación.
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Notapor Isawa Koushi » Jue Abr 24, 2008 5:43 pm

Koushi comprendió que, en cierta manera, no se había equivocado. No estaba celebrando nada en particular - o puede que sí - pues siempre celebraba algo.
Dispuesto a disfrutar de lo que quedaba de noche, a fin de cuentas debía ser cortés con su anfitrión si quería algo de él, puso sus sentidos sobre su alrededor. Incluyendo los invitados, el propio gobernador y, si estaba, en Yaeko.
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Notapor Kakita Arimi » Jue Abr 24, 2008 6:02 pm

Las luces se apagaron, y aguardó a que todo estuviera en silencio antes de dar comienzo a su actuación.

La escena comenzó a iluminarse lentamente, con una tonalidad azul pálido. Sobre el suelo, copos de nieve hechos de algodón ondulaban ante la suave brisa que se producía entre bambalinas y que levantaba aquella suave nieve artificial sobre el escenario. Un shamisen comenzó a tañir una antigua canción inspirada en la dama de la nieve, y su sonido claro y melancólico inundó la sala. Dos jóvenes geisha entraron en la escena, cada una portando una pieza de seda celeste y asiendo cada una un extremo, de manera que, al hacerla ondular, creaban hermosas figuras que oscilaban con la brisa.

Fue entonces cuando, asegurada la atención de los presentes, apareció Arimi, con un kimono de seda blanco, la larga melena albina suelta a su espalda y el rostro pintado de blanco. Pero en lugar de caminar con el habitual balanceo y cadencia de la bailarina, sus pies se arqueaban de manera singular para causar la impresión de que se deslizaba en el aire de manera uniforme, simulando la leyenda de Yuki-onna.

Las jóvenes miraron con pánico a la aparición, y trataron de ocultarse tras la seda, pero Arimi, con gestos firmes y autoritarios en sus brazos, apuntó hacia ellas, que se agacharon en el suelo simulando estar congeladas.

A continuación, con este paso casi etereo, desplegó sus brazos en mitad del escenario, y realizó un hermoso baile, siempre pendiente de aquella metáfora de levitación. Al extenderse, sus manos dejaban tras de sí copos de nieve algodonados, escondidos en sus mangas, cayendo a los pies de los asistentes. La brisa oscilaba su melena, mientras giraba sobre sí misma, ejecutando sus pasos con sentimiento y a la vez con mesura.

Tras una última vuelta, se detuvo un instante, el shamisen dejó de tocar, y quedó todo en silencio por un momento. Cuando las notas volvieron a tañir, la joven abandonó la escena de la misma manera que había entrado.

Las luces se apagaron, y el shamisen calló.

Una flauta hichiriki ocupó su lugar, con un sonido más jovial y vivo que la canción de la nieve, y las luces que iluminaron la escena se tornaron en tonos verdes y fresco. A escena salieron seis muchachas sonrientes, cada una con un bonito abanico en diferentes tonos de verde, del más claro al más oscuro en cada extremo, moviéndolos en graciosas piruetas e intercambiándoselos, creando una sensación similar a la de una hoja de sauce oscilando en el viento.

De nuevo, Arimi entró en la escena precedida de una nube de pétalos de cerezo. En el centro del escenario, ejecutó una danza más alegre y ritmosa que la anterior. En su rostro, una sonrisa dibujada es escondía entre las flores que salían volando entre bambalinas. En sus manos, dos abanicos de color verde y blanco oscilaban con maestría entre los ágiles dedos de la joven, dibujando formas caprichosas mientras se movían frente a los asistentes. Tras ella, las geisha convertían su fila en dos, y moviendo los abanicos a la vez, rodeaban a Arimi de verdor primaveral.

La bailarina lanzó sus abanicos al aire, los recogió mientras se agachaba y volvió a alzarse con gracia, hasta que, con un último gesto, los asió con la misma mano, los extremos enfrentados, y cubrió su rostro con el conjunto.

La música cesó, y las luces de nuevo se apagaron.

Tras un instante de silencio, la oscuridad se vio eclipsada por unas lámparas de tonos amarillo claro y de mayor luminosidad que las anteriores. Seis jóvenes entraron en la escena, portando cada una un abanico de color amarillo. Se colocaron en la parte trasera, y aguardaron, realizando unos sencillos movimientos llenos de gracia.

Arimi llenó una vez más el escenario, con una sombrilla de color rojo apoyada sobre su hombro, y que, cuando comenzó a danzar, giró hacia los asistentes, mostrando una ilusión óptica en la que se veía, dibujado en el papel, una hermosa grulla batiendo las alas. Las cuentas que pendían de hilos, colgando de la sombrilla, giraban alrededor de ella produciendo un sonido similar al canto de un ave, con lo que la ilusión se hacía más vívida todavía. Acompañada de una biwa y una melodía lenta pero de deliciosa cadencia, que cantaba su melodía al ritmo que Arimi ondulaba su cuerpo, la joven bailarina se valió de su sombrilla para dibujar hermosas formas en el aire, jugando con las luces y los dibujos de su instrumento. Tras ella, las geisha se colocaron tres a tres, formando una especie de rombo, y moviendo alternativamente los abanicos, simulando el batir de unas alas.

Cuando la biwa calló, los abanicos se cerraron de golpe, formando una figura en forma de cola de pavo real detrás de la bailarina que, cuando las luces volvieron a extinguirse, quedó en la misma posición en que había entrado.

Un nuevo instante de silencio precedió al último encendido del escenario, que ahora resplandecía con tonos suaves y anaranjados. Cuatro jóvenes bailarinas aparecieron, dos a dos, de ambos lados del escenario. Llevaban sostenidas en sus manos cintas a las que se habían unido sedas con forma de hojas secas, en tonos ocres, que, cuando alzaban sus brazos, ondulaban como las hojas caducas del otoño.

A intervalos, una suave brisa entre bambalinas agitaba pequeños trozos de tela, similares a los de las geisha, que volaban por el escenario para posarse calmosas en el suelo. Las cuatro muchachas ejecutaron una serie de pasos tradicionales, se acercaban con gracia y pasaban sus cintas alrededor de su compañera frente a frente, unían sus manos mientras giraban espalda con espalda y, cuando entró Arimi, fueron cayendo al suelo progresivamente, dejando flotar las hojas frente a ellas, de manera que la bailarina parecía actuar en mitad de un bosque otoñal.

Los toques rítmicos de un tambor chijin acompañaban los pasos de la joven bailarina, que había sacado de su obi un pequeño abanico de color dorado.

Fue en este acto de la obra en el que se pudo apreciar un estilo más depurado y tradicional, pero no por ello menos hermoso. El abanico volaba alrededor de ella en cada movimiento, mientras las hojas se enredaban en su cabello y descendían sobre los espectadores. Las geta que calzaba durante esta parte eran más elevadas, y el equilibrio por tanto, más difícil de mantener. Pero lejos de parecer preocupada por la posibilidad de fallar, la joven parecía segura y precisa en cada movimiento. Tras ella, los sencillos pero a la vez hermosos movimientos de las geisha añadían cadencia y riqueza a la actuación.

Cuando los ritmos del tambor cesaron, Arimi extendió la mano y vio como un copo de nieve de algodón caía hasta ella, cerrando el círculo de las estaciones y con él, la obra.

Por último, las luces se apagaron y el sonido se extinguió.
La vanidad es el lujo de aquellos que somos realmente perfectos.

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Kakita Arimi
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Notapor Isawa Koushi » Jue Abr 24, 2008 7:48 pm

Koushi precisó de toda su voluntad y saber estar para no dejar caer una lágrima ante la actuación de Arimi. No era sólo por el desarrollo en sí y todo el esplendor que la rodeaba, ni por lo grande que le parecía la Kakita. Era porque sabía que él mismo se había apartado de ella, que esa misma noche había buscado refugio en los brazos de otra mujer cuando lo único que quería era estar en los de Arimi y, sobretodo, porque sospechaba que ella era consciente de todo aquello y él no podía permitirse pedirle perdón de nuevo.
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Notapor Soshi Mishi » Jue Abr 24, 2008 7:54 pm

-Una fabulosa actuación, ¿no os parece? Pensé que iba a tener una mayor carga de sensualidad... es algo pacata para lo que son mis gustos personales, pero de vez en cuando viene bien algo con más clase. Me gustaría guardarla en un tarro de vidrio, para poder exponerla junto a otras grandes obras de arte. Es tan... efímera la belleza de la danza, de la poesía o de la narración...
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