Imperio Esmeralda

Aketsu se llevó unos minutos sin hablar hasta que rompió el silencio.

- Lo sé, Aoshi-san; lo supe desde que os conocí. Mi entrenamiento como yojimbo me sirve para catalogar a las personas - la mayoría de las veces entre peligrosos o no - pero con vos no me hizo falta. El Shiba parecía estar recobrando el ánimo. No os preocupeis, amigo mio, no es nada que una botella de sake calentita y el abrazo de una mujer no cure. Después de hacer lo que tenemos que hacer, claro.

- No me convencéis... su voz era grave. Pero sabéis que contáis conmigo para lo que queráis. Luego sonrió- Y esa botella... será otro día... lo nuestro es lo que importa en estos momentos jejeje... pillín... jejejeje

Aketsu sonrió y golpeó la espalda de Aoshi, quizás con demasiada vehemencia pero con mucha camaradería.

- Pues vamos a por ellos.

Le encantaba aquella camaradería por parte de Aketsu, se sentía cómosdo y seguro con él.

- Eso sí... no os voy a pedir que mintáis, no sería honroso. Yo lo haré. Habrá que mentir y mucho me temo...

El grandullón se encogió de hombros.

- Si tengo que mentir para ayudaros o protegeros, lo haré sin dudarlo pero os advierto que soy como un pergamino abierto para aquellos que conocen a las personas. Lo mejor sería que mis labios estuviesen sellados la mayor parte del tiempo.

-Dejádmelo a mí. Mentiré por los dos. Se me da bien. Aprendí de mi padre. Solía contarnos historias absurdas o se inventaba leyes y costumbres o anécdotas históricas sin sentido cuando éramos niños. Lo hacía con tanto énfasis que siempre le creíamos y él acababa riéndose a nuestra costa, jejejeje!

Aketsu sonrió imaginándose qué clase de historias podía contar un Kitsune a sus traviesos hijos.

- Será lo mejor, sí.

El viaje hasta la ciudad duró una hora: el heimin que llevaba a Aoshi contento, por la ligereza de su pasajero; el que se ocupaba de transportar a Aketsu, mascullaba a las Fortunas que le dieran fuerza para tan dura prueba. Luego de dejarles en las puertas, ambos se quedaron descansando. Gracias al olfato de Aoshi y a la envergadura de Aketsu, en menos de media hora localizaron los barrios bajos de la urbe...

Aketsu estiró sus músculos, no estaba acostumbrado a los palanquines ni terminaba de acostumbrarse. La próxima vez tenía muy claro que viajaría junto a Aoshi a pie.

En la ciudad, una vez en los barrios de dudosa reputación el Shiba miró alrededor y señaló el que vio más concurrido.

- Aoshi-san, en ese de ahí supongo que debería haber alguien que cumpla nuestras espectativas. Si por el contrario es mejor ir a donde ni siquiera ellos quieren entrar, busquemos otro más oscuro aún.

Aoshi entrecerró los ojos y miró con desconfianza al antrazo.

- No podría estar más de acuerdo... entremos... quizás tengan algo de agua de albañal al que llamen saké.