Se giró por completo hacia él, asustada por el repentino cambio que había operado en el Fénix. Alzó la mano lentamente, blanca como el ala de una paloma, dispuesta a rozar la mejilla de aquel hombre que había despertado en ella tantas sensaciones, pero el brillo de aquellos ojos congeló la mano en el medio de su camino.

Su brazo cayó de nuevo, junto a su cuerpo, y dio un paso atrás.

- Me... me estáis asustando, Koushi-sama. Si esto no es más que otra tetra para que me mantenga alejada, no es necesaria. No os he requerido más, y éste no ha sido otro que un encuentro fortuito...

Notó cómo su corazón se aceleraba, débil como el aleteo de un colibrí, presa de la repentina emoción.

No, ahora no...

Koushi - si era él realmente - la miró a los ojos directamente y dio no un paso, sino dos.

Estaba muy cerca.

- Copo de Nieve-chan ...

La voz de Koushi tintineó y ella supo que sí era él. Recordaba aquel tono de cuando habían tenido sus momentos más íntimos ... y más dolorosos.

La duda se reflejó por un segundo en los ojos de la bailarina, pero la confirmación cubrió sus ojos de un velo de agua salada, como la de los mares que Hanzô había descrito hacía unos minutos. La mano que antes se había dejado caer junto al kimono, se alzó de nuevo, temblorosa, y se posó en la mejilla del shugenja.

Podía sentir la respiración del joven en la piel de su rostro y el aliento de almendras de la Kakita formaba nubes de vaho entre los dos.

- Me preocupáis. Por muy lejos que me pidáis que me mantenga, me preocupa qué os ocurra... - musitó recorriendo el camino entre sus ojos y sus labios con la mirada.

- Yo me preocupo por vos y por ello no puedo permanecer impasible ante lo que ocurre. Debo hacer algo, cueste lo que me cueste. Koushi se recreó en la caricia de la Kakita, abandonándose a ella. Nadie os hará daño, arrasaré todo si hace falta, pero nadie os hará mal.

El volumen de la voz del Isawa era tan nimio que tenía que acercarse a Arimi para que ella la escuchara. Tanto que sus labios rozaron los de ella.

Igual que las nubes chocan cargadas de lluvia en mitad de una tormenta, relampagueando con furia, desatadas en la magia de los elementos, así se encontraron los labios de aquella peculiar pareja, separada y unida en adversidades y paz.

Durante el instante en que entraron en contacto, leves como los copos de nieve que acarician los rostros de los paseantes de la corte, sus miradas pudieron encontrarse y beber una de la otra la ansiedad y el recelo.

Arimi quedó fija en el lugar durante aquel fugaz momento, sintiendo la sangre latir con fiereza en sus sienes y turbando su consciencia. En ella, un remolino de sentimientos encontrados alteró cada centímetro de su ser, enfrentando pasión contra decoro, recuerdo contra lujuria, honor contra deseo. Pero las fuerzas más oscuras siempre podían vencer cuando se trataba de Koushi, y la bailarina se abandonó a aquel repentino contacto con una mezcla de dulzura, pasión y violencia.

Sus brazos se engarzaron en torno a su cuello, y lo que había comenzado como un simple roce, estalló en un mar de deseo incontrolable.

Koushi recibió el beso que Arimi le daba con toda su alma, él lo buscaba y lo había encontrado.

Era pura pasión. O mejor dicho, pasiones. El Isawa era un huracán de sentimientos que iban y venían, se llevaba lo que había lo devolvía revuelto; toda la fuerza del joven Fénix estaba en aquel beso y no era sino un espejo de la de Arimi.

Qué parecidos y a su vez diferentes eran los dos jóvenes, cuánto ponían en lo que hacían y cuánto dejaban atrás para el próximo embite. Eran todo en uno y por ello se fundieron en un abrazo que los unía con tal fuerza que provocarían un choque entre ambos que los alejaría de nuevo.

Y los volvería a juntar.

Y así, ¿hasta cuándo?

El esbelto cuerpo de la bailarina temblaba entre los brazos del shugenja, estremecida por el encuentro de lo conocido y lo añorado. Cuando el aire le faltó, separó sus labios de los del joven, y casi pudo escuchar los añicos en que se deshacía de nuevo su esperanza. Apoyó la frente en su mejilla, todavía abrazada a él, y dejó escapar un suspiro, sutil como una mariposa en primavera. De repente, el ruido de un rickshaw sobre el empedrado de la calle los arrancó de aquel momento alejado del tiempo y de las convenciones de la corte.

Arimi deshizo su abrazo y retiró las manos de su cintura con un deje de amargura.

- He de volver a la corte... Guardaos, Koushi-sama. Rezaré a las Fortunas por vuestra salud y bienestar - susurró mientras montaba en el vehículo -. Buscadme si necesitáis algo...

Koushi se dejó abandonar, era lo mejor. Disfrutó de aquellos últimos instantes en que abrazaba a Arimi y después como si de aire se tratara, fue perdiéndola entre sus dedos.

- Rezaré también por vos, Arimi-sama. En la tormenta que se acerca, hay muchos papeles que jugar y quién sabe cuál nos tocará a nosotros. Pero nunca olvidéis quién soy como yo tampoco olvidaré quién sois vos.

Conforme la Grulla se montaba en el rickshaw y se alejaba de la mansión, el Isawa miró hacia atrás y después hacia la ciudad.

Intentaba buscarle una razón a su comportamiento, jugando con fuego y traicionando a unos y otros siendo él el que se sentía más traicionado de todos. Cada vez era más difícil y sabía que tendría que hacer algo o más temprano que tarde haría daño a alguien de una forma irreparable.

Se arrrebujó en su capa y tomó una calle que le sumergiría en la ciudad. Yaeko, Arimi y ahora Ikemi. Debería sentirse sucio pero no lo hizo; sabía distinguir los motivos tras cada relación.