Arimi endureció el rostro ante la diatriba del Fénix.

- Como os he dicho, podéis quedaros con mis palabras si éstas casan con vuestra concepción del momento, y en caso contrario, tomadlas como una simple apreciación de mi perspectiva. Los León sabrán tarde o temprano lo que piensa la Grulla, y Bayushi Ginta-sama puede preguntarme directamente cuanto desee saber. Si queréis dar una vuelta más a la cuestión, sentíos libre de hacerlo y de buscar un significado oculto tras cada signo que véis ante vos, aunque sea de una importancia tan nimia como éste. Pero me temo que en este momento no podré complaceros de esta manera. Prometí a mi invitado mostrarle los senderos más hermosos de nuestros anfitriones. Así que si nos disculpáis...

Tras el abanico de Kagemamushi, con el kanji "pera" dibujado en él, se escuchó un gorjeo que sólo podía ser una risa mal contenida. Ante la posibilidad de que la gente desviase la mirada hacia él, se agachó y tomó unas piedrecitas planas pequeñas con la intención de lanzarlas a agua de una cercana charca.

Y pensar que hay quien cree que la diplomacia es una ciencia aburrida.

La joven sonrió a Ginta y posó de nuevo su mano sobre el brazo del joven, tras despedirse del Fénix con una reverencia elegante, y retomar su paso tranquilo junto al Escorpión.

Sonreí ante la apreciación de la princesa, recordando aquellos gestos de complicidad. Luego miré a la León, con los ojos entornados, girándome de nuevo en dirección a Otomo Hijikohime-sama.

-Mi señora, el clan León es muy aficionado a las batallas. Tal vez sea eso, aunque sin duda no queréis que os cuenten tristes historias de ese tipo...

Koushi escuchó a la Kakita y no dijo nada más, indicando con un gesto que podía marcharse junto al Escorpión sin esperar más palabras por su parte.
Tras una reverencia a ambos y unas corteses palabras de despedida, volvió a lo suyo sin prestar más atención a la pareja.

La Princesa seguía hablando con los León y el otro samurai Escorpión que andaba cerca parecía haberse alejado; quedaba, pues, solo.
Aprovechó, entonces, para acercarse a la Otomo hasta una distancia prudencial sin molestar a los León ni parecer que quería hablar con nadie. Sólo un espectador casual.

Diantre!

Uno de los grupitos se había disuelto... indolentemente tiró las piedrecitas a la charca y fue paseando hasta las cercanías de el otro grupo, donde había una princesa y unos leones... como en el cuento. El cuento de la princesa y los leones que nadie sabe quien se comió a quien al final del cuento.

Escuché la respuesta de la princesa, su rostro inmutable y sus ojos calmados, imposible para mí poder saber ni una hebra de un hilo de sus pensamientos, habría entonces que arriesgarme en mis palabras. Escuché también la respuesta de uno de sus acompañantes.

-"Seppun Gocho-sama, un honor, dominamos el arte de las batallas para que estas sean lo más cortas y problemáticas. Aunque, me temo, no era esa mi intención. Sé que hay excelentes artistas en la Corte, una magistral obra de teatro por parte de la compañía del Cisne Dorado"

Observé el gesto del Seppun, entornando los ojos, podía intuir la razón oculta, pero no iba a hablar a la Princesa ni del proceso de paz ni de las reclamaciones del León. Ya había quienes se encargaban de eso.

-Artistas, cortesanos, bushi, duelistas... Todo en esta corte es excelente. Y no puede ser de otra forma, pues es la que escogió mi tío, el Hijo de los Cielos. De lo contrario sería una ofensa a su nombre y sabiduría. - comenté convencida. -Gôcho-san, ¿quién es ese samurai? - pregunté, en otro órden de cosas, indicando al excéntrico Yogo que escudriñaba desde un segundo plano.

-Su nombre es Yogo Kagemamushi, mi señora. Su padre es daymio, Yogo Rikaru, casado con Yogo Erisasimi. Gobierna la Montaña Negra. Es un samurai... peculiar - dije dando bastante significado y tono a la última palabra que pronuncié.