El día del desafío había llegado. Había decidido tomarse el incidente ocurrido como una broma romántica en lugar de sacarlo todo de quicio, más aún cuando las tornas se habían vuelto de una manera tan agradable para ella. No iba a negarlo. Desde luego, era todo un partido... y el joven podría encontrarse, apropiadamente arreglado, entre los más atractivos de la corte. Pero tras las palabras de Miya Shizuka-sama, prefería aguardar a los acontecimientos antes de inclinarse de un lado u otro de la balanza.
Por ello, aquel día había decidido acicalarse con esmero. Su larga melena blanca había sido cepillada hasta quedar resplandeciente, perfumada con un suave aroma a limón. Suelta a sus espaldas, se retiraba de su rostro en un medio recogido adornado por un broche de perlas que caían junto a su mejilla.
Su rostro limpio de maquillaje artificial no necesitaba colorete alguno, pues un toque de rubor emocionado iluminaba su piel. Su esbelta figura estaba envuelta en las más ricas sedas de la Grulla en tonos oscuros y dibujado a mano, artesanalmente.
El permiso para el paseo había sido concedido, así que salió al jardín, donde entre los arbustos pudo vislumbrar a la Princesa y a su séquito. Aun así, prefirió esperar a que llegara su acompañante antes de acercarse a presentar sus respetos a la dama.